por Cintia Preciado Gutiérrez

 

Cuando hablamos de turismo pensamos en el placer que nos genera viajar y conocer lugares nuevos, pero rara vez reparamos en las investigaciones y teorías que existen en torno al acto de ser turista.

Existen varias corrientes que lo estudian. En el siglo XX surgieron dos de ellas, que van en la misma línea pero en direcciones opuestas, las teorías humanistas y las teorías alienistas. Las primeras se enfocan en las consecuencias positivas que acarrea el turismo y lo estudian como un fenómeno que facilita el encuentro, la interacción y la comunicación entre sociedades, lo que genera una serie de ventajas que van desde lo económico hasta lo cultural y que son positivas tanto para las y los viajeros como para las personas que les reciben. Promueven la concientización de las características locales y como consecuencia la preservación de su medio ambiente, social y cultural. Y si bien es el turismo que todas las personas aspiramos a hacer y recibir, esto no siempre sucede, pues existe el turismo analizado por las teorías alienistas, las cuales consideran la parte negativa de esta actividad. Son una crítica a la sociedad capitalista y extractivista, donde las personas son manipuladas y esto genera una gran pérdida de valores socioculturales y un desgaste medioambiental sin precedente. Contaminación, desaparición de tradiciones, usos y costumbres, generalización de problemas sociales como la drogadicción o prostitución, son sólo algunas de las consecuencias que la falta de conciencia de las y los turistas provoca en los destinos que se visitan.

¿Y qué nos trajo el Siglo XXI? Una serie de variaciones. La primera, y probablemente la más importante, es el desarrollo tecnológico. Este ha permitido una red global de información cada vez más frecuente y nutrida por numerosas personas que utilizan redes sociales. Así mismo, posibilitó que la movilidad entre lugares sea más fácil, rápida y accesible. Otra variación ha sido la valoración cada vez más positiva del disfrute del tiempo libre. Es decir, a inicios del siglo XX las personas rara vez decidían darse unas vacaciones, pues no creían merecerlas (tanto así que existe el dicho “El tiempo perdido hasta los santos lo lloran”). Pero en la actualidad se han demostrado los beneficios que conllevan los viajes de ocio y han tenido una creciente aceptación. Y en tercera instancia es importante mencionar el incremento de una clase media con un poder adquisitivo cada vez mayor.

Estos factores, entre otros, favorecieron una nueva generación de viajeras y viajeros a los que John Urry (2004) denominó posturistas. Personas que desean visitar lugares cada vez más auténticos, sin importar si éstos realmente son o fueron así. Se da más importancia a las imágenes,la las fotografías y a lo que se puede publicar en redes sociales, que al intercambio cultural y aprendizaje que se puede obtener de los lugares que se visitan.

Cada persona es libre de hacer sus propios juicios de valor e identificar qué le interesa más. Pero es muy importante que los haga de manera consciente y no sólo por moda, imposición y desconocimiento. Así que cuando pensamos en estas formas de viajar, en cómo se desarrollan en el suelo tapalpense, y en cómo actuamos nosotras mismas como personas – turistas es importante preguntar ¿Qué tipo de turista somos? O mejor aún, después de una revisión crítica de nuestro actuar en los territorios y sociedades que visitamos ¿Qué tipo de turista queremos ser?

 

 

 

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