Entrevista: Una infancia en el rancho

por Elena Preciado Gutiérrez y Francisco Preciado de la Torre

En la ciudad todo va de prisa… incluso en esta época de encierro y pandemia, el tiempo se nos fuga de las manos. Pero aquí en Tapalpa las cosas son distintas. Las calles empedradas impiden el caminar acelerado, incluso el circular de los coches es pausado. El hombre de los ojos oscuros y mirada firme también es así de contrastante. Por un lado, es paciente, amable, y, por el otro, firme y duro como las piedras. Él es Paco Preciado de la Torre.

Nació aquí, en Tapalpa, y es descendiente de un tal Marcelino Preciado que llegó a Tapalpa en 1730. Francisco Preciado de la Torre estudió en Guadalajara y vivió en distintas ciudades de la República Mexicana. Desde hace 45 años trabaja en el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias como investigador titular. Ha publicado un sinfín de artículos en diferentes revistas de divulgación científica, dirigido tesis, impartido cursos, entre otras actividades.

Hablar con él es escuchar una cascada de anécdotas que cuenta con una especie de oculta alegría y mucha paciencia.

¿Dónde naciste?

Mi acta de nacimiento dice que nací en la casa de la era, el primero de noviembre de 1949, el día de todos los santos.

¿Qué es “la era”?

La era es un patio circular donde se trillaban los cereales de grano pequeño (trigo, cebada y avena) mediante el pisoteo con animales como yeguas, caballos y burros.

¿Cómo se trillaba?

Primero se limpiaba perfectamente el piso y en seguida, se hacía en el centro de la era, un gran montón de manojos de la planta segada (tallo con espiga) acarreados en carreta o a lomo de burro desde el campo de cultivo. Los manojos se acomodaban en círculos concéntricos con la espiga hacia adentro, de tal manera que el montón se podía elevar hasta cinco o seis metros de altura y mantenía sólidamente su estructura. Cuando se iba a trillar subíamos mediante una escalera que era retirada para no entorpecer el recorrido de las animales que se ocupaban. Ya en la faena, se iban desatando los manojos y tirando desde arriba del montón la planta (greña) en pequeñas porciones alrededor del mismo.

Los animales trotaban durante mas o menos 10 minutos sobre la greña, para desgranar con el pisoteo las espigas, primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda, luego se removía la paja, se recogía el grano del piso en chiquigüites y en el espacio anexo (aventadero) se le separaba por aireación la paja restante.

Ya limpio el trigo se encostalaba para almacenarlo o llevarlo al molino. La era estaba ubicada al oriente del rancho “La Lagunita” donde vivíamos en aquel tiempo con mis padres, que también son oriundos de este pueblo.

¿A qué jugabas de niño?

Cuando era pequeño y todavía no iba a la escuela, jugaba con el perro, con palos y varas que eran las espadas, arrastraba una caja de cartón que era mi carro, también un palo era el caballo y allí, en el patio corríamos ¡ta ca tan, ta ca tan, ta ca tan! También tenía obligaciones: le daba de comer a las gallinas, andaba a caballo e iba por los becerros.

¿Recuerdas alguna otra cosa divertida?

Por esa época, en el rancho se construyó un tanque para almacenar agua que se utilizaba para regar nuestra huerta. Cuando se estaba haciendo la excavación, la tierra que se sacaba del pozo se remojaba, se le agregaba paja y la pisoteábamos para revolverla y poder utilizarla para hacer adobes con los que se bardeó el muro exterior del tanque… y me gustaba ir a brincar en el lodo.

El tanque que era como una alberca, nosotros y casi la mayoría de la gente del barrio nos bañábamos ahí. Los jueves o los viernes les tocaba bañarse a las mujeres y los sábados o los domingos a los hombres. Iban como a un baño público, allí en la orilla se desnudaban, se enjabonaban y se metían al tanque para enjuagarse. Cobrábamos la entrada en 20 centavos por persona. Los domingos eran los días que iba más gente.

Dijiste “regar nuestra huerta” ¿cómo era la huerta?

El agua que se almacenaba en el tanque servía para regar un cultivo de alfalfa del que diariamente se cosechaba el forraje necesario para alimentar a los animales (vacas, becerros, caballos y hasta las cerdas gestantes). En las orillas de las melgas de alfalfa había árboles frutales (manzanos, membrillos y duraznos) que en la temporada producían bastante fruta, sobre todo manzanas las cuales consumíamos o preparábamos en conserva (mermeladas (pegoste) o en almíbar), digo preparábamos porque generalmente ayudaba a recoger y lavar la fruta, poner la lumbre y menear el cazo en el que se cocinaban las frutas.

¿Cuándo eras niño había luz eléctrica?

No, no había. En el rancho nos alumbrábamos con rajitas de ocote, velas, cachimba o quinqué, al quinqué le llamábamos aparato de petróleo.

Cuéntame más del “aparato de petróleo” …

Como el combustible, es decir, como lo que se quemaba era el petróleo, la bombilla de cristal se ahumaba mucho. Entonces había que limpiarla todos los días antes de volver a prender el aparato. Ése era uno de mis quehaceres diarios (antes de que se metiera el sol): limpiar la bombilla de cristal.

Cada tres o cuatro días, recargaba de petróleo el recipiente del aparato. Este recipiente tenía una tapadera de rosca que sostenía una mecha de algodón como de una pulgada de ancho por dos milímetros de grueso y de diez a quince centímetros de largo. Por esa telilla subía el petróleo que se estaba quemado, la flama era amarilla y se regulaba por una perilla que tenía la tapadera por un lado, que hacía subir o bajar la mecha y así aumentaba o disminuía la flama.

Continuará…